En junio de 1980, un error del sistema pudo llevar a una catástrofe global.
Los controladores del Pentágono fallaron por un chip defectuoso y entregaron una información falsa que casi desata la Tercera Guerra Mundial.
Moscú, por entonces la capital de la ya desaparecida Unión Soviética, se preparaba para recibir a los Juegos Olímpicos de 1980, de los que sería sede. Sabía que por motivos políticos, la mitad del mundo, el que seguía a los Estados Unidos, los boicotearía. Hasta ahí daba la imaginación de cualquier -entonces- ciudadano soviético.
Pero lo que seguro no pasó en sus mentes ni como sus más oscuras fantasías fue que un mes y medio antes, el 3 de junio de 1980, un chip defectuoso pudo ocasionar que el gobierno norteamericano ordenase un bombardeo nuclear (que a su vez desataría la respuesta soviética), en lo que era un contraataque de un ataque que, en realidad, nunca existió.
Sí, porque casi se desata la Tercera Guerra Mundial por un fallo de sistemas, un chip que en la calle costaba apenas 46 centavos de dólar y pudo llevar a una catástrofe nuclear: aquel chip era parte de los sofisticados mecanismos de defensa que los inicios de la década del 80 permitían.
Aquel sistema de control comenzó a alertar en la madrugada del 3 de junio que 220 misiles nucleares estaban en camino y tenían como blanco los Estados Unidos. De haber sido cierto y de haberse concretado una respuesta norteamericana a ese “fake” ataque, posiblemente la mitad del mundo habría muerto.
Un chip tan defectuoso que levantó sospechas y así se evitó la Tercera Guerra Mundial
Los centros de control que el Pentágono tiene distribuido por diferentes partes del mundo fueron los que comenzaron a detectar a estos misiles que ya habían sido lanzados. No habría certeza desde dónde: claro, si no era cierto. Sin embargo, la primera suposición hablaba de submarinos de la Unión Soviética.
La cantidad de misiles era desproporcionada y empezó a ser contradictoria, cuando otros puntos de control estadounidense hablaban de 22 misiles. Todos saben que un cero a la izquierda no perturba, pero a la derecha es determinante: 220 no es lo mismo que 22, que tampoco eran pocos misiles. Igual, la respuesta bélica sería necesaria.
El presidente de los Estados Unidos en aquel momento era Jimmy Carter y, lógicamente, en esa madrugada, dormía. Como también dormía Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad del presidente, que se despertó cuando el teléfono de su casa sonó y del otro lado una voz desde el Pentágono lo puso al tanto.
Jimmy Carter cumplirá 100 años el 1° de octubre y era el presidente de los Estados Unidos en 1980: dormía mientras el Pentágono definía qué hacer con lo que resultó ser una falsa alarma.
Brzezinski sabía que debía avisarle a Carter y eligió, en cambio, no decirle nada a su esposa, que dormía a su lado. Años después, el asesor reveló que no la despertó porque “si el ataque era cierto, en media hora el mundo estaría destruido y no valía la pena hacerla sufrir”.
Pero la Tercera Guerra Mundial, esta vez nuclear, no llegaría. El famoso botón rojo no llegó a ser apretado porque no hizo falta ni siquiera robarle horas de sueño a Jimmy Carter, ya que antes de que su asesor de seguridad lo llamara, el Pentágono confirmó que era una falsa alarma y que el ataque no existía.
Ni submarinos ni 220 misiles ni tampoco 22. ¿Qué ocurrió? Un chip que se descompuso e hizo colapsar a una de las computadoras de vigilancia. Los tres números nunca debieron moverse del “0″ pero, quién sabe por qué, el chip defectuoso agregó un par de “2″ a la izquierda. Los números que casi desatan la guerra eran inventos de un error de sistema.
Más allá de la rápida detección del error, también es cierto que primó la prudencia, porque haber llamado al presidente a la madrugada, obligándolo a despertarse y a definir en cinco minutos si daba la orden para que los Estados Unidos se defendiera, de la nada y destruyera a la mitad del mundo, pudo ser catastrófico.
Y había un antecedente inmediato que ayudó a mantener la calma: el 9 de noviembre de 1979, o sea siete meses antes, las computadoras del Pentágono detectaron un presunto ataque de la Unión Soviética. Como respuesta, Estados Unidos comenzó con su contraataque y mandó a volar a varios aviones de combate para defender y responder.
Pero los pilotos, ya en las alturas, empezaron a informar que no veían nada, no observaban ataque alguno soviético. Y tenían razón: alguien había instalado en una de las computadoras del Pentágono un programa de entrenamiento defensivo. Un simulador que se ejecutó por accidente y estuvo a punto de ser combatido con un ataque nuclear a Moscú.